• Soy una puta

    Cuando llevó mi cara hacia su entrepierna rogándome que le diese placer con mi boca, dejé que su rabo entrase en mi delicada boca y por primera vez, una verga de hombre tocó mi paladar. Yo sólo oía sus gemidos y sentía sus manos presionándome la cabeza con fuerza, mientras su polla expulsaba aquel líquido pastoso que sabía a menta fuerte, y que era espeso.

    Hola. Me presentaré. Me llamo Rosa, pero mi nombre de guerra en la calle, es “Roxana”. Tengo 25 años, dedicada de firme a la prostitución desde los 21. De una familia acomodada, naufragué en los estudios, más dedicada a pasármelo bien que a prestar atención a mi futuro.

    Mi carrera de derecho se fue a las nubes y con 20 años me encontré en una situación difícil. Mis padres, que no eran tontos del culo ni mucho menos, se dieron cuenta de que su niña, en vez de estudiar, llegaba a casa todos los días con una melopea de cuidado, y gracias al cielo que no se dieron cuenta de que también me ponía ciega a coca y a pastillas.

    Me parezco mucho a mi madre en el físico, ambas somos morenas, de piel trigueña, ojos oscuros y cintura de avispa, piernas largas y firmes, y melena larga, negra. Pues como digo, mi madre intentó todo para que me enmendase, pero yo pasaba totalmente de sus consejos, así que mi padre, un hombre serio y sin rastro alguno de humor, decidió que a partir de ese momento me buscase la vida. Me dejó sin tarjeta, me quitó cualquier fuente de ingresos, y me dejó muy claro que a partir de ese momento debería buscarme las pelas, como él hacía, trabajando.

    Imaginan mi disgusto. Represento como cualquier chica de mi clase social, a la típica niña pija, muy bien educada, pero sin tener ni puta idea de cómo hacer un huevo frito, que nunca ha hecho su cama, y mucho menos ha trabado amistad con esos aparatos de nombres extraños como lavadora o secadora o mucho menos, horror, aspiradora. Para eso ya estaba la chica de la limpieza.

    Así que, con mi escaso bagaje, me lancé al mercado laboral, con plenas esperanzas en mis posibilidades. Acudí a despachos de abogados, confiando en que mi maravilloso aspecto, les sedujera para que me contrataran de pasante, pero sólo recibí miradas incrédulas, y lo que es ofertas serias, fueron de tal magnitud sexual que tonta de mí, sólo lo percibí a media entrevista.

    Los que me dijeron categóricamente que no, fueron la mar de expresivos. En un bufete, me dijeron que hermosas y inútiles no eran bien vistas en su negocio. Otros fueron más directos, y después de leer mi ridículo currículo, me recomendaban vivamente enfilar mi mirada a labores más propias de una, y cito, “Mosquita sin cerebro, bella, pero intelectualmente plana”. Y eso los serios, que los otros… Uno, después de mirar detenidamente mi indumentaria, repasándome con los ojos, insinúo que podía tener un trabajo para mí. Al percatarse de mi alegría, me dijo que sólo me contrataría si estaba dispuesta a realizar ciertas tareas, que no serían precisamente administrativas.

    Imbécil de mí, no entendí lo que me quería decir, así que él, se levantó del asiento y se acercó al lado de la mesa en que yo me encontraba. Se recostó en la mesa, y con su entrepierna forrada por un pantalón de Dustin, me informó con claridad de las “tareas” que debería asumir, en caso de aceptar el trabajo. El sonido de la bofetada se debió oír con claridad en todo el despacho de abogados, y si no, mi salida de él mismo, debió ser suficientemente trasparente.

    No quiero aburriros; en otros tres despachos me dijeron lo mismo, pero más fuerte, y si no les abofetee, fue porque todos ellos me dejaron muy claro que a dónde iba y que pretendía yo con mis “méritos académicos”, sino el asumir el puesto más bajo y menos reconocido, el de puta de oficina.

    Llegué a casa llorando, sin dejar que mis progenitores me viesen, y me encerré en mi habitación, culpando a toda la sociedad de la ignominia en la que me habían hecho caer. Y no es que una fuese una cateta sexual. Para nada. Con dieciocho años, chupé mi primera polla. Ni pajas ni leches, directamente, el ex novio de una mis mejores amigas, me llevó en su coche a casa, y tras aparcar a varios metros de la puerta, me empezó a besar apasionadamente.

    Sus manos parecían cuatro, y me tocaba las tetas y el culo con un ansia que yo, en aquel tiempo algo más tonta y más tímida, me dejaba hacer con absoluta complacencia. Cuando oí que se bajaba la cremallera del pantalón, me intenté soltar de él con fuerza, protestando por su velocidad, pero él me calmó con palabras ardorosas, susurrándome palabras de amor, que me enloquecieron, y dejé que se sacara. Cuando llevó mi cara hacia su entrepierna, rogándome que le diese placer con mi boca, yo emocionada y asqueada al mismo tiempo, dejé que su rabo entrase en mi delicada boca y por primera vez, una verga de hombre tocó mi paladar.

    No recuerdo bien si el chico duró cinco minutos o más, pero también fue la primera en que tragué semen. Casi vomito de pura nausea. Yo sólo oía sus gemidos y sentía sus manos presionándome la cabeza con fuerza, mientras su polla expulsaba aquel líquido pastoso que sabía a menta fuerte, y que era espeso.

    Cuando por fin terminó de correrse, alivió su presión sobre mi cabeza y permitió que me reincorporara. Yo que esperaba un abrazo o un beso, tan sólo recibí una mirada agradecida, y un: “Joder, nena, como la chupas”, que me dejó sin palabras. Después me dejó a la puerta, me guiñó un ojo y acelerando salió de mi vida erótico sentimental, pues no quise saber nada más de él.

    Aquella experiencia me dejó bastante cortada, y por unos meses, me centré en salir con mis amigos y disfrutar, sin dejar que ningún chico me tocase ni intentase nada conmigo.

    Voy a dejar este relato por hoy. Creo que os contaré en el próximo como me desvirgaron cuando cumplí los 19 años y lo excitante que fue hacerlo.

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  • Commentaires

    1
    Mercredi 25 Juillet 2018 à 21:16

    bno

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